Thursday, September 08, 2005

Patito Fashion

Luis daniel Pulido

Existen lazos comunicantes entre lo que te sucede y lo que me pasa. Conservamos, queramos o no, los viejos espejos, redes sincronizadas entre sociedad y política. El crédito mediático no se agota, es un día común en un mundo particular y confiable. Lo confirman el auto, el antro, el celular, tu saldo, la televisión, algún asomo de inconformidad, y los deseos y las pasiones que hagan falta para compartir, desde el sillón, partido político, candidato y equipo de fut. Somos la neo-clase sintética y profesamos con devoción el bienestar de las buenas familias. Paladines de la moral intachable, no reprimen, no censuran, ni es su capitalismo rapaz, ni la izquierda anacrónica : es la imposición de la hueva mental, y ésta, ni es totalitaria ni es cruel.

Conforme pasan los días tú y yo tenemos más rasgos en común. Basta ver como nos interrumpe el sonido de un celular, el automóvil del vecino, la exclusiva de SKY, los voceros de la alta sociedad —que con sus reses y cerdos— nos garantizan que Chiapas también es very nice. (¿Esto incluye que los hijos por nacer vengan de Paris y no de San Andrés Larráinzar?)

Por eso lo que te sucede y me pasa, se parece más a Big Brother que a un acto de reflexión y esperanza. Y los incrédulos estamos, desde hace rato, nominados. ¿ Te imaginas al Quijote de La Mancha diciéndole a Sancho —¿qué oso güey, no son gigantes, son molinos—? O ¡qué me lleve el tren si esto no sabe a chela Sancho!

Yo, no.

Viva el pedigrí, perdón, el li-na-je que suponemos compartido a partir de las alcantarillas, el verdadero corazón de las ciudades modernas.

cineticomarginal@hotmail.com

Madre del Sueño Eterno

Mauricio Sáenz

Pienso torturarme, pienso ahogarme, inmolarme bebiendo. El alcohol me libera, me redime, necesito sufrir para luego saber ensalzar mi autosuficiencia. Camino y resbalo por un camino largo. Música de blues en mis oídos, su nombre en mis oídos. Bulle un sentimiento de gloria, sí, es gloria es saberse extraño, anormal para todos, animal para ella, normal para Dios. Semiencorvado protejo lo que cargo en la bolsa, hasta este punto, he olvidado que cargo, apenas y siento que llevo una bolsa. Hago una pausa, recobro mi aliento, sonrío. Es de día, hoy me voy de viaje, llevo la camisa acomodada de tal forma, que de no ser por mi estado anímico mi figura sería la de un hombre exitoso. Volteo y alucino verme aún atrás de mi, a unos metros. Miles de ranas saltan, las ranas espantan y ahuyentan a los perros que en la esquina se están peleando. Mi sentidos se aturden, sensaciones confusas en mis dedos, no se que hacer con mis manos. Bendita es la savia de la fruta fermentada. Bendita, que si fuera agua, con ella me bañaba, si fuera agua absolvería mi carne, quedaría sin culpas y mis pecados se irían escurriendo por la coladera. Aspiro con más fuerza y entro, el más barato. No, no quiero en realidad, pero estoy ya frente a la botella. Me descubro borracho, mi sombra se lanza a la calle avergonzada. Me gustaría que todo fuera ficción, pero no, es una virtual realidad. Jauría de miradas acechan mi sueño infinito, me asaltan desde dentro del centro de lo material. Surte efecto el fuego de mis venas, siento una ausencia que se desgaja, busco el placer extraño, me arrastro, me acongojo agotado y el aire miedoso, decide tocarme, me diluyo y me propongo no regresar a este lugar. La distancia de los acontecimientos que recuerdo, no es tanta para que me distraiga, sábanas mordidas, acariciantes noches, camas rotas. Con normalidad me asalta la cordura, fuera espectros, mi garganta cambia de color, mi ruta se hizo visible y no hay más fórmulas capicúas. Soy alegría, sol, ruidos, soy lamento y Son. Ríos de verde música, la respiración fría y seca. Madre del sueño eterno, húndete en mis venas. Estalla la sorpresa solar. Mientras también tu suspiras.

www.demasiadofuror.blogspot.com

La dama de las tijeras

Vladimir González R.


—Mire usted que no he vendido nada, ando en la calle desde la mañana, ya son las seis de la tarde y no he sacado para mi comida.
—Ay, señora, no tengo dinero. Además yo para qué quiero ahorita una tijera, no me sirve.
—Ándele, no sea malo, mire que ya me quiero ir a mi casa, pero no he vendido nada.
—Señora, gracias, mejor otro día.
La mujer, vieja, algo jorobada, continúa su camino murmurando, quizá mentándome la madre porque no le he querido comprar una tijera. Sus chanclas gastadas protegen poco a sus pies agrietados, sucios, andados. Vuelve a dar otra vuelta al parque para caer en el mismo lugar, frente a mí, que fumo despreocupado un cigarro. Ya nada dice, solamente me ve con cierta tirria, de reojo, y ofrece especias a otro despistado.
—Mire, también traigo comino, clavo, para que le quede bien rica su comida.
—No.
—Cómpreme pues una tijera.
—No.
No le he querido comprar porque no necesito tijeras. No me corto el pelo, no llevo cursos de corte y confección, no me cuido la barba, en fin, no las necesito. Tampoco le quiero comprar especias porque, dirán mis amigas, no cocino ni huevos.
Su pelo es canoso, un poco largo, lacio; usa un vestido sucio, las mismas chanclas y esa bolsa de plástico que parece chistera de donde saca lo mismo tijeras que especias (antes vendía toki). Deambula por las calles de Tuxtla, por los parques; les baja la calentura a los enamorados e impacienta a los plantados. Pero ahí anda, la tía, con la convicción inquebrantable de vender tijeras y especias sin dejar de mentar la madre, quedito, a quien deja en el camino.
No se desanima.
Y hace bien. Porque de lo contrario habrá un día, en su cercana vejez, que llegará como siempre al parque y se encuentre a alguien, el que sea, sentado en una banca con la mirada puesta en la tarde.
—No sea malito, ya me quiero ir a mi casa, tengo hambre.
—No, gracias.
—Traigo clavo, orégano, comino, para que lleve a su casa, los va a ocupar.
—Señora, le he dicho que no.
—Mire usted esta tijera, está bien filosa.
—Sí, ya la vi, pero no la quiero.
Entonces su mirada triste se fijará en los ojos del cliente, empuñará con fuerza la tijera filosa, y se la meterá por el culo.


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